La casa de los monstruos III

Su roto destino se repetía frente al río de sangre que corría por las heridas que no sabía cicatrizar. Ahora que mis ojos ya no reflejan tu violencia, las agujas del reloj comenzaron a avanzar. Ahora que ya descubrí la forma de convertir tu desamparo en aprendizaje, creo poder hacer el sol salir tras el arcoiris.
Ojalá hubiera tenido la valentía para que en ese momento mi corazón dejará de latir. Quizás me hubiera evitado el dolor horrible de sentir tu frialdad tan cerca de mi alma, tenerte a un paso con un abismo de distancia, necesitar tu compañía y entrar en un laberinto lleno de pasadillos peligrosos, que ahogan con humos tóxicos disparados por fantasmas impunes, que desparraman su furia acumulada y consumen cualquier rastro de alegría.
La vida se vuelve un juego vertiginoso que transforma a la pequeña guerrera en una sana hija del rigor, endurece de sentimientos su alma para que pueda esquivar las balas de su desatinado destino.
El reloj se volvió un arma de doble filo, que dejaba recuerdos en forma de golpes con su paso sublime lleno de manchones negros, que es mejor cajonearlos en el inconsciente para poder avanzar.
Ahora que el sabor amargo de una derrota se puede fundir con el dulce de aprender del error, ya no duele tu rudeza, pude sanar el pasado y escribir un cuento mejor.
Ahora, siento los pies firmes en el camino que elijo, sin tener tanto miedo de tu palabra asesina, que corta el vuelo alto de la utopía, destrozando sus ilusiones y componiendo canciones rotas, olvidadas a un costado del callejón.
Fisuras harapientas de una subjetividad valorada, valiente y libre, averiada, que renace resiliente cada vez que un tropiezo turbio la vuelve a hundir.

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