Vos no sabías perder, yo por primera vez quería ganar. Yo, un simple ludópata sin un mango en el bolsillo, con las reservas bajo cero, vos eras lo más cruelmente hermoso que me pudo pasar.
Cuando dos soledades abatidas de dolor se encuentran difícilmente no nazca amor, lo nuestro debió haber sido muy difícil, porque nunca nos sucedió.
Vivimos pasiones desenfrenadas, vivimos toda una historia en un par de instantes, una historia infinita de amor en un mirada, vivimos lo que no vivimos, y soñamos lo que no quisimos. La justicia de la vida nunca fue justa para nosotros y nos empujo a este crudo y violento final. Dale, no me la hagas más difícil, soltá mi mano, tenes que caer.
Nada de eso cambio, nunca ella sonrió, todo siguió fríamente en su lugar, el juego de la vida siempre la venció y esa no iba a ser la excepción, los duendes no la querían y la magia no estaba de su lado. Debía batir la cubeta y volver a tirar los dados, aunque sea solo para volver a perder. Algunas veces se gana perdiendo.
Cautiva de sus frustraciones no podía llegar a la meta, pensando en el mañana que tanto la abrumaba se impedía percibir la dicha del ahora.
Llena de desgracia como la aurora despiadada de un turbio amanecer, resurgió de si misma con la fuerza y la enseñanza que le dejaba cada derrota.
Pisando fuerte pero despacio, porque estaba bastante apurada, levanto bruscamente la mirada y salio a pelear otra vez, tal vez por el masoquismo de la constante costumbre a las derrotas, o quizás, escondidas en lo más profundo de su inconsciente, estaban las ganas y la posibilidad de triunfar.
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