Nada de eso cambio, nunca ella sonrió, todo siguió fríamente en su lugar, el juego de la vida siempre la venció y esa no iba a ser la excepción, los duendes no la querían y la magia no estaba de su lado. Debía batir la cubeta y volver a tirar los dados, aunque sea solo para volver a perder. Algunas veces se gana perdiendo.
Cautiva de sus frustraciones no podía llegar a la meta, pensando en el mañana que tanto la abrumaba se impedía percibir la dicha del ahora.
Llena de desgracia como la aurora despiadada de un turbio amanecer, resurgió de si misma con la fuerza y la enseñanza que le dejaba cada derrota.
Pisando fuerte pero despacio, porque estaba bastante apurada, levanto bruscamente la mirada y salio a pelear otra vez, tal vez por el masoquismo de la constante costumbre a las derrotas, o quizás, escondidas en lo más profundo de su inconsciente, estaban las ganas y la posibilidad de triunfar.

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