Los rastros de esa noche candente se quedaron impregnados en mi piel como un tatuaje, y ahora mi cuerpo reclama tu calor. No le importa llevarse puesto en el camino lo poco que quedaba de mi dignidad, no le importa seguir insistiendo ante el no y pisotear el escaso monto que consigui en oferta de autoestima, no le importa nada. Mi piel escarchada se obnubilo frente a la hoguera que supiste generar, quedó ciega ante ese infierno tan perfecto y maravilloso. Tan perfecto que no podía durar. Tan perfecto y efímero, como es siempre lo real.
Ahora el hielo volvió, y aunque yo no quiera, quiere instalar una dictadura para poder gobernar en paz, para no volver a tropezar. Todo por el miedo que le produce derretirse, para volverse a crear. (No entendió nada esa historia del ave fénix, ni de la magia que tiene errar para volver a empezar.)
Y ahora mi piel anda perdida, confundida, buscando tu calor en donde sea. Cayendo en infiernos vacíos, de otra jurisdicción. Encendiendo fuegos que después no sabe (o no quiere) apagar. Jugando a ser capitana de otros barcos, pero sin ganas de timonear. Haciendo con otros hombres, lo que uno le hizo a ella.
Los rastros de esa noche candente se quedaron impregnados en mi piel como un tatuaje y ahora mi cuerpo no hace más que reclamar a gritos tu calor.