Había llegado tarde al teatro de la existencia, inexperta en el oficio de vivir, con tardías reacciones a resoluciones de carácter urgente fue curtiendo el cuero de su desprolijo destino. Caminando siempre sin rumbo por el borde de la cornisa, con la dulce tentación de dejarse caer, iba perdida en busca del resto de su vida, de ese algo que no conocía y todos llaman felicidad.
La historia no había sido buena para ella, y por lo que pintaban sus acualeras mágicas el futuro tampoco; con un presente abrumador que no dejaba en paz ni uno de sus pensamientos, salio de su burbuja de soledad a recorrer su turbia ciudad. De repente el cielo se volvió mucho más gris que lo común, empezó a romperse en mil pedazos y fue, de a poco, cayéndose arriba de ella, aplastándola con sus nubes toxicas, ahogándola con su llanto lleno de pasiones desenfrenadas. El sol le jugo sucio y se esfumo en la oscuridad de su alma, las estrellas, una por una, se fueron apagando, al no tener donde brillar. La melancolía reinaba en las calles y el desamparo pretendía oprimir cualquier corazón dispuesto a entregarse para no soportar más amargura en su interior.
Lejos del resto de su vida, con sus fantasías huyendo a quien sabe donde, aposto su ultima carta y se desmorono en un sueño profundo, para no despertar nunca más, y así, poder vivir sin vida espejismos de lo poco que le quedo del horror, alucinaciones trasparentes, ilusiones incoloras, utopías sin progreso, alguno de sus ideales, pero nada mejor.

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