La casa de los monstruos V

La muerte invadia todos los espacios, y la pequeña princesa no paraba de llorar sangre, desesperada huía de la oscuridad de aquel turbio pantano que no paraba de inundar su vida de desconsuelo y desgracia.
Ciega de tristeza, tropezaba con cada piedra que se encontraba a su alrededor, sus piecitos de cristal ya no soportaban más rudeza y su frágil corazón latía más despacio a cada paso que daba.
Cuando creyó no poder más, se dejó caer suavemente en aquel frío piso de barro y espinas que solo terminaron de hundirla en más tormento y calvario. A pesar de todo, ahí seguía su harapiento corazón, latiendo suave pero sin rendirse. Fue entonces que comprendió que no podía darse por vencida mientras ese brillo, por más tenue que sea, siguiera bombeando sangre a todo su cuerpo.
Con el manojo de fuerza que le quedaba saco las espinas de su cuerpo y lo abrazo con gusto a te amo. Ese pequeño gesto bastó para sanar poco a poco todas las heridas que aquel espacio turbulento y sombrío había impregnado en su delicada piel, y lo transformó en su antídoto por excelencia, para seguir tropezando pero nunca más sin aprender.

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