Ella trato de esconder la primavera, no quería ver el sol, no quería salir a correr mariposas, era feliz en su dolor.
Pero no se puede vivir en un invierno permanente, y aunque ella era alérgica al polen de la alegría, el calor tenía que volver a su vida en algún momento. Y el día que volvió la abrazo con todas sus fuerzas, tanto que su reacción alérgica no tardo ni un segundo en llegar. 
Y el amor la abrazaba, y ella abrazaba al miedo para protegerse, para tener, aunque sea, alguna herramienta de autodefensa, no por voluntad propia, sino como un acto de inercia frente a ese pasado de tanto dolor que tenía en frente.
De vez en cuando se dormía con su cabeza apoyada en el pecho de la felicidad y descansaba tranquila, solo de vez en cuando, porque al reaccionar de esta acción el miedo volvía a tomarse unos mates con ella para no dejarla bajar la guardia. Pero cuando gana el sentimiento no hay nada para hacer, cuando una mirada derrite un corazón no hay mariposa que no salga a mostrar su belleza, no hay primavera que no quiera estallar. Y el miedo, por más que haga infinidad de visitas desestabilizantes no puede llegar muy lejos en un corazón que ya pertenece a otro, que no late por el mismo sino que por los dos, que se enrosca en una sonrisa y no encuentra otra salida que el amor.  

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